Crónica · Política

¿El debate decisivo?

No sabemos si el de este lunes 7 de diciembre fue el debate decisivo, pero sí que dejó buena muestra de las aspiraciones de cada uno de los partidos. Turno ahora de los indecisos, que deberán escoger su opción entre las voces que se alzaron en el plató de Atresmedia, pese a que hubo una ausencia destacada, la de Alberto Garzón.

Alberto Garzón
Alberto Garzón – elmundo.es

Curioso ver cómo este medio de comunicación deja fuera a un candidato con grupo propio en el Congreso (tampoco asistió ningún representante de UPyD), y sí lo hicieran Ciudadanos y Podemos (más jugosos de cara a la opinión pública), dos partidos emergentes que aspiran a asaltar con fuerza el Congreso, pero que no tienen a día de hoy representación parlamentaria, cuando uno de los motivos esgrimidos en campañas anteriores para dejar fuera a otros partidos (como Izquierda Unida, de nuevo), era precisamente ese.

Ausencias a parte, el del lunes fue un debate diferente. De pie delante del atril. Con los candidatos expuestos a los disparos que Ana Pastor y Vicente Vallés realizaban en forma de preguntas. Un nuevo formato que dilucidó mucho mejor el comportamiento no verbal de los ponentes. Otra forma de comunicación que también puede ser decisiva a la hora de tomar decisiones, puesto que el discurso a veces no lo es todo.

El debate decisivo
Sánchez, Iglesias, Vallés, Pastor, Rivera y Sáenz – antena3.com

Soraya Sáenz de Santamaría se defendió, como pudo (y lo hizo francamente bien), de las embestidas que los otros tres presentes daban en forma de crítica por la ausencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que delegó en su número 2 el capeo del temporal. Sin duda un flaco favor a su partido y a su imagen, puesto que no había excusas que esgrimir para justificar su ausencia, e incluso el mismo Rajoy afirmó que iba a ver el debate, en familia, desde Doñana. Ciñéndonos a lo acaecido, Sáenz de Santamaría llevó a cabo perfectamente el plan gestado. Defenderse con uñas y dientes, resguardándose en la creación de empleo (que fue duramente criticado por su precariedad). No obstante, en algunos momentos del debate, la popular llegó a perder los papeles, alzando la voz y discutiendo aspectos puntuales con los otros partidos (especialmente con el líder del PSOE). Su minuto de oro reivindicó lo «conseguido» en estos 4 años de gobierno, haciendo hincapié en «las difíciles decisiones» tomadas para poder salir adelante.

 

Si alguien no salió reforzado del debate electoral a 4, ese fue Pedro Sánchez. Impecable en la percha, su elegante traje con corbata roja, reivindicando los colores socialistas, distó mucho de lo que defendió en su discurso. Impreciso en algunos temas y desacertado en otros, Sánchez se enzarzó en varias ocasiones con Pablo Iglesias, merced a los comentarios del líder podemita. Además, empleó en exceso gestos de desaprobación, como negaciones con la cabeza o risas irónicas, que pudieron llegar a irritar en algunos momentos. Muy positiva su comunicación gestual con las manos, la cual transmite una confianza que de poco sirve si no se refrenda con la seguridad discursiva. Perdió una oportunidad de oro para remontar votos en las encuestas, aunque todavía queda semana y media para recuperarlos mediante mítines y apariciones en prensa. En su minuto de oro reivindicó ser el único partido capaz de poner freno al PP, e hizo mención al pasado socialista tras la transición.

 

Una palabra define la intervención de Albert Rivera: nerviosismo. El líder de Ciudadanos no se estuvo quieto durante las dos horas que duró el debate, utilizando un lenguaje no verbal que daba sensación de inseguridad. No obstante, el hecho fue contrarrestado con el carácter afable con el que Rivera habló, carácter que ha permitido situarlo como el líder más carismático. Las encuestas lo colocan muy cerca del Partido Popular (recuerden, solo son encuestas), y da la sensación de que era un arma que el catalán no utilizó lo suficiente. En cambio repitió constantemente que, como partido emergente, representa la «nueva política» y el cambio de rumbo que necesita España. Se apoyó en gráficos para dar solidez a sus explicaciones, e incluso hizo un par de guiños (que fueron mutuos) a Iglesias, alejándose así del binomio PP-PSOE. Su minuto de oro recordó el motivo de por qué se debe ir a votar: «por nosotros y por nuestros antepasados», porque «está en juego cambiar de etapa».

Quien sí pudo respirar tranquilo tras «El debate decisivo» fue Podemos. Pablo Iglesias salió reforzado del careo a cuatro, tras las pullas que fue dejando en cada uno de sus adversarios. Su muy repetido «no os pongáis nerviosos» (en general o en particular), sí que llegó a desquiciar a alguno de ellos, que llegó contestarle alzando la voz (aunque la excesiva repetición pudo llegar a ser hasta perjudicial comunicativamente hablando). Su apoyo fue el de un boli. No para escribir nada, sino para dirigir la orquesta de su ponencia (de eso sabe Pablo, como profesor universitario que es), aupada en momentos puntuales por el rescate de alguna anotación o algún gráfico. No obstante, el atrevimiento de Iglesias también tuvo sus consecuencias. El líder de Podemos realizó tres fallos que, más allá de ser de bulto (aunque alguno más trascendental que otro), restaron credibilidad a un discurso muy bien planteado. Desde el House Water Watch Cooper al referéndum de Andalucía sobre la autodeterminación, pasando por una frase de Gregg Easterbrook («Tortura los números y lo confesarán todo»), que el madrileño le atribuyó a Wiston Churchill. Iglesias, eso sí, realizó el minuto más rompedor de los cuatro, diferente. El único capaz de llegar a los corazones de la gente (de la gente que no tiene ya decidido su voto por ser de partido), abogando por el recuerdo, y por la sonrisa.

 

En definitiva, un debate con dos grandes ausencias: Mariano Rajoy (por decisión propia) y Alberto Garzón (por no ser convocado a la participación), con un ganador (como reconocen la mayoría de encuestas independientes) como es Pablo Iglesias, y de un lastre, el de Pedro Sánchez, que perdió una ocasión de oro para reivindicarse. Sáenz de Santamaría salió viva y sin apenas rasguños de la quema, y Rivera desaprovechó una gran oportunidad de pegar un golpe sobre la mesa.

Por delante diez días de mítines, datos, declaraciones… con un Partido Popular que previsiblemente volverá a ser el partido más votado (aunque con una durísima bajada), seguido muy de cerca por Ciudadanos y PSOE. Y con un Podemos algo más distanciado. O eso dicen las encuestas. Unas encuestas que, en ocasiones son malas consejeras, y se alejan de la realidad que muestran las urnas. El camino para conseguir llegar a dirigir España es arduo y la batalla continúa. A las armas.

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