La ciudadanía siempre ha reivindicado su derecho a la participación democrática. Algunas veces de forma pacífica, otras con pretensiones en forma de diálogo, y en ocasiones empleando el uso de la fuerza. Una fuerza basada en la indignación y en la injusticia.
Unas reivindicaciones que, a lo largo de la historia, han conllevado el derrame de litros y litros de sangre inocente. Del hacinamiento, en el cajón del olvido, de los sueños de aquellas personas cuyo único delito fue luchar por una vida mejor para ellos y para sus hijos.
Porque «democracia» es un concepto todavía muy ambiguo. El eje que separa la injusticia de la justicia; el bien del mal. Pero sin tener claro en qué parte estamos situados nosotros ni en qué lado colocamos a nuestros vecinos.
En cierto modo, pese a las convulsiones de un mundo en constante cambio de vertiente, se creó una fórmula mágica para dirimir las opiniones de la gente de manera que se pudiera llegar a una conclusión general basada en el respeto hacia la mayoría. El referéndum. ¿Suena bien, no? Referéndum. La RAE lo define como:
Procedimiento por el que se someten al voto popular leyes o decisiones políticas con carácter decisorio o consultivo.
Voto popular, leyes o decisiones políticas y carácter decisorio. Términos barajados de forma conjunta en una misma frase. El sueño por el que lucharon de manera ferviente tantos y tantos ilustres personajes históricos cuya pugna ha sido condenada al rincón de las notas al margen. Con un mecanismo así, ¿qué puede salir mal?
Es algo que se plantean todavía en Escocia, en Colombia o incluso en Hungría. Porque… ¿puede un sistema justo apostar por la continuidad de una guerra? Es una pregunta que se les debería hacer a cada uno de los ciudadanos colombianos que se decantaron por no salir de sus casas para abrazar una paz histórica. O al menos para decirle «NO» de forma contundente y esgrimir los motivos de esta decisión. Lo que no se entiende, es que en un asunto de tal trascendencia la cifra de abstención alcance el 62,57%. Porque las encuestas (peligrosas consejeras), auguraban una victoria del SI durante las últimas semanas, un guion cuyo giro ha llevado al No gracias al 50,22% de los votos. Una diferencia más ridícula todavía si tenemos en cuenta que lo han secundado 6.431.376 personas (de los casi 35 millones de votos que eran posibles).
Colombia y las FARC querían hacer las paces tras más de cinco décadas de una guerra que ha desangrado el país, pero este «NO» abre un nuevo periodo de incertidumbre, en el que se tienen que reconducir muchas posturas. Uno de los máximos impulsores de la negativa ha sido el ex mandatario y senador Uribe, quien decía esto antes de las votaciones:
Aquí lo que se va a crear es más indignación y más rencor porque se le perdona todo al terrorismo, que es el cartel de cocaína más grande del mundo. Y ese terrorismo ni siquiera pide perdón, ese terrorismo ni siquiera expresa arrepentimiento
Pero que no cunda el pánico, lo que al parecer pretende Uribe no es seguir encarnizando la guerra en el país, sino una revisión de las condiciones.
Pero no todos los referéndum tienen intenciones loables. En Hungría se pidió opinión el pasado domingo sobre el sistema de cuotas de reubicación obligatoria de refugiados acordado por la Unión Europea. Pero pese a la proposición del primer ministro Víktor Orbán, la participación ni siquiera ha alcanzado el 50% requerido para ser considerada válida. Eso sí, el 40% del electorado que votó se decantó en un 98% por el NO a las cuotas acordadas en la UE. Unas cifras que han provocado la satisfacción del Ejecutivo, que las ha valorado como «una gran victoria». Y en declaraciones de Orbán, unas palabras desgarradoras con tintes xenófobos:
Sólo los húngaros pueden decidir con quién desean vivir. Bruselas o Budapest era la pregunta. Y ha ganado Budapest.
Un resultado abrumador, sí, pero quizás fruto de la propaganda y los mensajes que el Gobierno había ido depositando en las calles, y que sin duda han calado en un sector de la población. Lemas como: «¿Sabía que los atentados de París fueron cometidos por inmigrantes?» o «¿Sabe que desde el inicio de la crisis migratoria ha habido un fuerte incremento de asaltos sexuales a mujeres?». Palabras contra la solidaridad y con el férreo apoyo que provocan sentimientos como el miedo.
Hungría debería dar asilo a 1.294 personas, y de momento no ha reubicado a ninguna. Una zancadilla a los derechos humanos como la que ejecutó la periodista húngara Petra Laszlo, en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo.
También fue sonado el por todos conocido Brexit. Reino Unido decía adiós a la Unión Europea con el 51,9% de los votos de un referéndum que sí que tuvo una alta participación (más del 72%), pero cuyo problema fue la escasa información con la que se contaba para tomar la decisión y cuya máxima para muchos era: «los inmigrantes nos están quitando los recursos».
En la actualidad es fácil para muchos gobiernos parapetarse tras el amparo de un elemento como el referéndum, pero los plebiscitos no son un juego. Se pueden convertir en una herramienta ineficaz que cree más dudas de las que resuelve. En un arma de doble filo que resquebraje todo lo que ya estaba construido. Se puede convertir en un artefacto que acabe estallando si se deja en las manos equivocadas.