Literatura

El eje del camino

Se despertó en una sala de hospital. Tenía la sensación de haber dormido durante siglos. La habitación, pintada de blanco, contenía una pequeña televisión y una ventana en la que se adivinaba la llegada del otoño. Los árboles empezaban a mecerse al ritmo en que se deshacían de sus hojas, formando un mosaico de colores en el suelo.

Oyó pasos que se aproximaban y una doctora accedió al habitáculo.

 

-¿Cómo se encuentra esta mañana Don Mauro?

-Bien hija, pero la edad no perdona, ya sabes -, respondió a modo de saludo matutino.

-Ha tenido usted una aparatosa caída en la calle, menos mal que había sanitarios cerca y enseguida le han podido trasladar. No se preocupe que no se ha roto nada. Magulladuras y un pequeño esguince, nada que no arreglen un par de semanas de reposo.

 

Don Mauro suspiró. Siempre había pensado que la vida no era para viejos como él.

La doctora le devolvió al mundo real. -Bueno, le dejo que tiene visita -, esgrimió antes de darse la vuelta y salir por la puerta.

 

Una joven apareció por el umbral, y a Don Mauro se le aceleraron las pulsaciones. Era preciosa. Y él siempre había querido tener una hija.

 

-¿Cómo se encuentra? Menudo golpe se ha dado…

-Bueno, bien. Nada grave. Es lo que tiene hacerse mayor. ¿Es usted quien me ha traído aquí?

La joven asintió al tiempo en que esbozaba una sonrisa. Y así, fue acudiendo cada día a hacerle compañía al viejo. Escuchaba atentamente sus historias, reía sus gracias y se emocionaba con las penas que había ido arrastrando a lo largo de su vida. Hasta que un día, Don Mauro rompió la coraza que todavía sepultaba su corazón, y se abrió a esa desconocida:

-He tenido una vida de mucho recorrido, pero de nada sirve seguir el camino si te perforan el eje que lo sustenta. Hace mucho tiempo que ese lastre me viene persiguiendo. Desde que falleció mi mujer. Porque no había nadie como Gracia ni jamás este perro mundo volverá a ver a alguien con su mirada de condescendencia. Lo que me marchita por dentro; lo que de verdad me revienta, es que apenas recuerdo los incontables momentos que pasamos juntos, aunque sé que fueron los más felices de mi existencia. Pero sé que la elegiría una y mil veces más.

Al levantar la mirada, Don Mauro descubrió como las lágrimas empezaban a resbalar por las mejillas de la joven. Eran lágrimas de vacío y nostalgia. Y al viejo se le encogió el corazón. Cuando la joven tuvo fuerzas para levantarse, se acercó hasta el bolso que descansaba sobre el sillón de piel de la estancia y sacó un pequeño marco que estrujó contra su pecho antes de acercar al paciente.

En él, Don Mauro reconoció a su mujer, mucho más joven, y al lado una imagen suya treinta años atrás. Ambos apoyaban sus manos sobre los hombros de una pequeña, que sonreía a la cámara con una mueca de inocencia. De repente, se dio cuenta de que esa pequeña era la joven que en ese mismo instante se arrodillaba junto a él para decirle algo al oído.

-Era la mejor. Tu primer y único amor. Y si hoy estuviera aquí, estaría orgullosa de ver cómo luchas por recordar los momentos junto a ella, papá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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